ESCRITOR COSTARRICENSE

Poseo los derechos de autor de todos los textos, canciones y sus letras, y de mis ilustraciones.

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AUTOBIOGRAFÍA



Nací el 10 de junio de 1973 en San José, Costa Rica, hijo de madre costarricense y padre español.

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Uno de los primeros cuentos que escribí se llamó “El diablo y sus amigos”. Yo tenía seis años.

A los doce tomé la decisión de ser escritor. Entonces escribí mi primera novela, que titulé "Kindora", de aventuras galácticas; y que perdí por descuido de igual manera que hice con la segunda, a mis catorce años, y cuyo título no recuerdo; era una historia policíaca, aunque más humorística que otra cosa. Al mismo tiempo escribía infinidad de cuentos sobre infinidad de temas; algunos de estos manuscritos sobrevivieron hasta poco después de mis veinte años, cuando, en un inspirado arrebato de borrón y cuenta nueva, quemé todo lo que hasta la fecha había escrito. Luego vino el inevitable arrepentimiento, y algunos cuentos que se salvaron gracias a una amiga que conservaba algunas copias y que se negó a devolvérmelas, pero que accedió a copiarlos a su vez para mí; varios de esos relatos serían, años después, parte de mi primer libro publicado (“Bala Perdida”, 2019).

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En marzo de 1995 gané la mención especial del jurado del Premio Joven Creación de la Editorial Costa Rica, por la colección de cuentos "Fuego Eterno, Canción de Cuna". El libro nunca fue publicado, por decisión mía. Ese mismo año ingresé al Taller de Técnicas Narrativas del escritor argentino Ricardo Martin, que empleaba el método creado por Ernesto Sabato. Los seis meses que duró el taller fueron determinantes en mi vida y en mi obra.

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Durante los años siguientes no me preocupé por publicar, salvo algunos cuentos que aparecieron en algún periódico costarricense o como intrusos en alguna colección de poemas de varios autores. Nunca dejé de escribir, pero cada año me alejaba más del entorno artístico, mientras me sumergía en un proceso de búsqueda de estilo que por descuido se convirtió en una búsqueda existencial y espiritual que algunas veces me llevó a Madrid y, otras, muy adentro de mí mismo, tratando de hallar respuestas a preguntas imposibles. No encontré nada al final del camino, pero sí me descubrí los bolsillos del alma llenos de cosas que no había salido a buscar. Los vacié como mejor pude y, en 2019, publiqué mi primera colección de relatos, “Bala Perdida” (Guayaba Ediciones), que reúne cuentos escritos a lo largo de los últimos veinticinco años. Algunos no tienen otro escenario que el alma humana, con todos sus vericuetos y borrascas; otros se ubican en la Costa Rica de la posguerra, pasado con el que juegan para proponer una revisión crítica de la identidad costarricense y de las máscaras que la ocultan o distorsionan. El libro está lleno de personajes cuya vida cotidiana, a menudo tranquila y rutinaria, en algún momento deja de resistir la fuerza de un mundo interior mucho más extraño y abundante, que empuja desde dentro y se manifiesta sin previo aviso, lleno de irreverencia y locura. Según Rodrigo Soto, autor de la presentación de estos relatos, “en ellos, lo fantástico suele irrumpir en el orden cotidiano, trastocándolo y, muchas veces, revelándolo en su sentido más profundo”. Aquí, ese orden cotidiano es, ya de por sí, extraño. Y ese “fantástico” que irrumpe pareciera tener más sentido que la realidad misma. Ésta se mira sin reconocerse, como un rostro que no consigue entender al espejo que lo refleja; y éste le devuelve esa imagen “trastocada”, fracturada, pero quizás esa fractura se parezca más a alguna de todas esas posibles verdades que se esconden detrás de cada rostro. La realidad, en cada uno de estos cuentos, se resiste a creer en el reflejo que el espejo le muestra, y escarba dentro de sí misma, rompe y busca, se escabulle, oscila, se desentiende. Así consigue que salga a la superficie esa fantasía profunda y contradictoria que, una vez expuesta, sorprende por tener más coherencia que aquel “orden cotidiano” que la ocultaba. A todo esto se supone que habría que agregar “con un sentido del humor raro y desconcertante”, porque me lo han dicho; pero mi intención no era esa, yo creía escribir algo muy serio y urgente. También alguien me dijo que estas historias exigen la complicidad de quien las lee. Parece que tienen unos rincones ocultos, otros rotos, y hay que terminar de desarmarlas para volverlas a armar y de paso armarse uno de alguna nueva manera. No lo había pensado así cuando escribía, pero me gusta.

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